El Forjista

Tilinguería porteña

Junio de 2007

El rotundo triunfo de Macri en las elecciones a Jefe de Gobierno de la Capital Federal muestra a las claras el creciente descontento de la clase media porteña con el gobierno de Kirchner.
¿Tiene razón esta clase social en estar enojada con el kirchnerismo? Nos apuramos a responder sin ninguna duda que no: no hay razones para que la pequeña burguesía esté contrariada con el gobierno nacional.
Pero veamos en detalle algunos de esos cuestionamientos.
¿Acaso ha habido en estos cuatro años una pauperización de la clase media como efectivamente ocurrió con el menemismo y más aceleradamente con el dellarruismo?
Por el contrario todos los índices económicos, oficiales y no oficiales, muestran una notoria mejoría: crecimiento de la producción, baja de la desocupación y la pobreza, aumento del consumo a niveles impensados en el 2003, regreso de muchos de los argentinos que dejaron el país en la gran crisis del 2001, polos productivos en el interior del país como no se veían desde varias décadas atrás. Se han aumentado los salarios y las jubilaciones mínimas (no así las otras jubilaciones) como no pasaba desde mucho tiempo atrás (recordar las lágrimas de Cavallo ante Norma Plá).
Una encuesta publicada recientemente en el diario Clarín mostraba que el principal miedo de los argentinos había dejado de ser la pérdida del trabajo, como lo fue reiteradamente en los últimos años.
¿Pues entonces de qué se quejan? Por ejemplo, de que aumentan los precios. Esto es cierto, pero habría que determinar claramente quiénes son los responsables de que esto ocurra. La mayoría de los sectores económicos argentinos están controlados por monopolios u oligopolios y esto determina que puedan fijar los precios a voluntad. Gran parte del empresariado nacional y las multinacionales -si no son controladas- tienen por objetivo obtener la mayor ganancia en el menor tiempo posible y al menor riesgo. Ante el aumento del consumo han gritado al unísono “APROVECHEMOS”, y están produciendo un alza generalizada de los precios, pero ni la clase media ni el gobierno han denunciado a estos empresarios rapaces.
La clase media, antes de reaccionar histéricamente, debería agruparse en organizaciones de usuarios y denunciar a los responsables de los incrementos y adoptar medidas concretas, como el boicot a los productos que tienen un abusivo incremento de sus precios.
En tanto, el gobierno kirchnerista debería denunciar a los monopolios y oligopolios que manejan los precios a su antojo y, además, dejar de hacer mamarrachos tales como la intervención del INDEC para dibujar un índice que nadie cree.
Pongamos un ejemplo: a raíz del reciente paro de subterráneos la clase media culpaba a los trabajadores y al gobierno en tanto que éste ultimo culpaba a los trabajadores pero nadie responsabilizaba a los administradores de la empresa -el grupo Roggio- que recibe cuantiosos subsidios del Estado para prestar un servicio por demás deficiente.
Este mejoramiento de la situación económica produce además un efecto en las clases alta y medias que ya fuera denunciado por Jauretche cuando señalaba que los empresarios surgidos en la década del 40 y 50 -producto de la política del peronismo- empezaban a ver, cuando llegaban a consolidarse, sólo la parte que les afectaba negativamente de la política peronista -los aumentos de los salarios, las leyes sociales- y se olvidaban de los préstamos blandos que el gobierno les había otorgado para llegar a la posición que ocupaban.
Esta clase media ahora macrista, pero antes menemista, cavallista o ucedeista, tiene un razonamiento muy simple, propio del tilingo: “si me va bien es por mis méritos pero si me va mal es culpa del gobierno”.
Otro de los cuestionamientos al kirchnerismo está referido al supuesto desorden generalizado que existe en el país. Esto apunta a piquetes, huelgas u otras formas de protesta que molestan a la clase media. Digamos que a nosotros lejos están de molestarnos estas maneras de expresión de los sectores populares y que muchas de esas manifestaciones son propias de cualquier democracia real y no ficticia. O sea que sospechamos que atrás de las quejas por las protestas hay un claro pensamiento autoritario.
Hace poco el periódico humorístico Barcelona titulaba algo así que “como producto de la reactivación la clase media está alcanzando sus niveles históricos de fascismo”.
Tanto la clase media como varios medios de difusión, p. ej. los que son propiedad de Hadad, vienen reclamando al gobierno que reprima las manifestaciones de protesta, especialmente las de los piqueteros. El gobierno se ha negado sistemáticamente y en esto coincidimos plenamente.
El método Sobisch (¿se acuerdan que era aliado de Macri?) para controlar los conflictos sociales es un mecanismo autoritario con el cuál simpatizan muchos pequeños burgueses porteños.
Claro está que esta repulsión por las manifestaciones de protesta recomenzó en la clase media después de recuperar sus ahorros acorralados en los bancos. Mientras su amado Cavallo mantenía prisionero sus ahorros, la clase media mantuvo una combatividad pocas veces vistas: salía a los balcones para aplaudir a los piquetes que recorrían gran parte de la ciudad, hacía sonar sus ollas, se reunía en plazas y parques. Pero ni bien recuperó sus ahorros, o parte de ellos, se olvidó de ese triste pasado. Como veremos más adelante el voto a Macri es el fruto de la frágil memoria de esa clase media.
Muy vinculado a este tema del desorden está el de la inseguridad y lo que nosotros llamamos el negocio del miedo. Azuzando el miedo de las clases altas y medias han escalado posiciones políticos como Macri y Blumberg, y han aumentado sus ratings y ventas varios medios de comunicación al incluir en sus titulares las noticias más sangrientas. El lema para estos medios parecería ser “pan, circo y bastante sangre”.
Otro aspecto que al parecer molesta a la clase media es la aparición de casos de corrupción en el gobierno de Kirchner, tal el caso Skanska.
Digamos que con el caso Skanska, los sobreprecios en ferrocarriles y algunos sucesos similares -todos ellos surgidos en el ministerio de Julio de Vido- el gobierno ha perdido la bandera de la transparencia que había sido unas de las ideas-fuerza con la cual había asumido.
Pero si se trata de cuestionar la corrupción la peor forma de hacerlo es apoyando a quién fuera el vicepresidente -e hijo- de uno de los grupos más rapaces y cuestionados.
La falta de memoria que se ha apoderado de una porción importante de los porteños no nos permite recordar que uno de los gobiernos más cuestionados de la ciudad de Buenos Aires, fue el de Grosso, quien precisamente llegó a ocupar un importante puesto en la empresa SOCMA, perteneciente al grupo Macri, grupo que manejaba los residuos de Buenos Aires, haciendo grandes negocios a expensas de la ciudad.
Cuando “el Adolfo” Rodríguez Saa, que fue brevemente presidente de la Nación, intentó hacer regresar a la función pública -por la ventana- al ex intendente Carlos Grosso, una imponente manifestación lo obligó a desistir de tal propósito. Al parecer los porteños tenemos problemas con que el empleado de Macri vuelva a ser funcionario pero no tenemos ningún problema para que el dueño de la empresa maneje los destinos de la ciudad. Una característica del tilingo es hacer un gran escándalo por las cosas más pequeñas pero no ver el elefante que pasa ante sus ojos.
También cabría recordar que sólo la Corte Suprema menemista pudo impedir que el niño Mauricio fuera a prisión por contrabando de autos; así que, si se trata de transitar caminos de transparencia, no parece ser este el más adecuado.
El presidente recordó tardíamente que Mauricio es Macri. Parece que nunca le hizo este comentario al Ministro De Vido, que le otorgó la concesión sin licitación del Belgrano Cargas a un consorcio liderado por el grupo Macri. Esto ocurrió después que el mismo gobierno le quitara la concesión del Correo Argentino luego de una cuantiosa deuda del canon que por contrato de concesión debía abonar el grupo.
Por eso el gobierno carece de autoridad moral para cuestionar el apellido del candidato: debió hacerlo mucho antes y no entregarle la concesión por la que se cobra un jugoso subsidio. A propósito, ¿no estaremos los contribuyentes subvencionando la campaña de Macri?
Otra de las cuestiones que molestan a los pequeños burgueses macristas son las alianzas del gobierno de Kirchner: no les gustan los acuerdos con Chávez y Evo Morales. Seguramente prefieren las relaciones carnales con los norteamericanos, la política desarrollada en épocas del riojano amigo de Macri.
Precisamente el candidato del PRO -tan afecto a no definirse por nada durante la campaña electoral- rompió esa costumbre y salió a criticar a Hugo Chávez por no haber renovado la concesión de la cadena de televisión golpista RCTV, decisión absolutamente legal. Ponemos en duda que Macri sepa de qué está hablando. Además, no recordamos que haya alzado la voz contra los atropellos en otros países, por ejemplo la política de destrucción que el gobierno de Bush llevó a distintas partes del mundo. Por supuesto, para Macri -como para gran parte del periodismo que lo apoya- la única libertad que merece defenderse es la “libertad de empresa”. Las demás no tienen para ellos demasiada importancia.
En este mar de contradicciones en el que está inmersa la clase media indiquemos una más: precisamente aquellos que han pasado los últimos años denostando a los políticos, votan ahora al más vago de ellos, el que no va nunca a las sesiones y que cuando va, se aburre con los temas en discusión.
Seguramente Macri ganará la segunda vuelta y será el nuevo jefe de gobierno de la ciudad. Los porteños podremos comprobar si es verdad o no todo lo que venimos señalando sobre el macrismo y sus socios en la política y en el periodismo. ¿Realmente estaremos ante un cambio -como el partido PRO proclama- o, por el contrario, la clase media será nuevamente engañada y abandonada?

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