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El Forjista

Biografía de Eva Perón

 

Capítulo 30 - La reelección de Perón

 

 

Eva fue operada el 6 de noviembre de 1951 por el cirujano norteamericano George Pack que era un especialista cancerólogo, colaboró en la intervención el Dr. Albertelli, pero ella nunca se enteró, creyó que la había operado el Dr. Finochietto que fue quién le aplicó la anestesia, esto se realizó para ocultar su verdadero mal, se le dijo que tenía una úlcera sangrante en el cuello del útero. 

Luego de la operación recibió varias cesiones de quimioterapia que en principio parecieron haber producido alguna mejoría porque se le redujeron los dolores y las hemorragias, también disminuyó la anemia mediante medicación y transfusiones.

Eva eligió la fecha de su operación el 6 para poder votar el 11 de noviembre para reelegir a Perón, pero ese día estaba internada en el policlínico de Avellaneda donde había sido intervenida, se realizó un pedido a la Junta Electoral para que pudiera votar en el hospital, los socialistas y radicales se opusieron, pero no así los comunistas que tenían internado en Rosario a su candidato presidencial Rodolfo Ghioldi por lo que hicieron un pedido en igual sentido, la Junta accedió a que ambos dirigentes pudieran emitir el sufragio, de esa manera Eva votó por primera y única vez.

Antes de la operación grabó un mensaje que se difundió el 9 de noviembre donde dijo: “No votar por Perón para un argentino es-lo digo porque lo siento-traicionar al país”
Y continuaba: “Durante más de cinco años la propaganda extranjera ha hablado de la dictadura de Perón. El pueblo argentino debe contestarle con su voto libre de pueblo soberano”.

Y alentaba al pueblo a concurrir a cumplir con el voto: “Yo seguiré desde mi lecho de enferma la gran batalla. Estaré con cada uno de ustedes. Los acompañaré espiritualmente en cada paso que den el 11 de noviembre, como los he acompañado siempre en las buenas y en las malas”.

El resultado de las elecciones marcaron una contundente victoria del peronismo, el partido gobernante obtuvo el 63,9 % de los votos en tanto la fórmula radical 30,8%, en esa oportunidad votaron por primera vez 4.225.467 mujeres.

Días después la CGT organizó un acto para celebrar el triunfo electoral, el mismo concluyó con una marcha de antorchas a la Residencia Presidencial como forma de expresar el cariño por Eva.

El 14 dejó la clínica siendo trasladada a la Residencia Presidencial en una ambulancia,  que fue acompañada por una multitud que apeló a todos los tipos de transportes para tributarle su amor sincero.

El 7 de diciembre realizó un discurso que fue trasmitido por radio expresando su esperanza de haber vencido definitivamente la enfermedad y poder retornar lo más pronto posible a su actividad a favor de los necesitados.

En esa ocasión dijo: “No me ha cambiado la enfermedad ni me ha quebrado el dolor, por el contrario, han confirmado mi fe y mi cariño por el pueblo…El dolor que he sentido en mi propio cuerpo y en mi propio espíritu me ha hecho comprender más íntimamente el dolor de los demás…”.

El 23 de diciembre recibió una noticia que la afectó seriamente, fallecía su amigo Enrique Santos Discépolo, que estaba atravesando una difícil situación por su intervención a favor de la candidatura de Perón con el memorable personaje Mordiquisto, muchos pequeñoburgueses influenciados por la prédica oligárquica hicieron todo lo posible para expresarle su desprecio, que no pudo resistir un corazón sensible como el de Discepolín. Perón asistió al sepelio, no así Eva que no se encontraba en condiciones físicas.

Para la Navidad de 1951 la Fundación que seguía su actividad a pesar de los problemas de su máxima dirigente, repartió la impresionante cifra de dos millones de pan dulce y sidra, además de cuatro millones de juguetes que fueron distribuidos en los rincones más remotos de territorio.

Hernán Benítez señaló que en enero de 1952, Eva le dijo que los dolores habían retornado con la misma intensidad que previo a la operación y que ya había perdido las esperanzas de curarse.

Al ver la gravedad del cuadro el sacerdote solicitó que se le realizara una nueva biopsia cuyo resultado confirmó que el cáncer estaba nuevamente presente, al comunicárselo a Perón, éste le indicó que se volviera a llamar al Dr. Pack, quién realizó otra biopsia confirmando el resultado,  estimando que difícilmente podía vivir más allá de marzo.

Perón recordó tiempo después: “La señora –me dijo el Dr. Pack- puede morir de un momento a otro. Está gravísima. No hay nada peor que curar a un enfermo que no quiere seguir las indicaciones del médico. Es mi deber advertirle que solamente un largo período de reposo puede prolongarle la vida. Traté de intervenir pero sin éxito. Eva continuaba aferrada a sus tareas, recibiendo gente, interiorizándose de sus problemas y necesidades, brindando consuelo, esperanzas y soluciones… y como de costumbre, regresando a casa a altas horas de la noche, cuando no al alba”.

Mientras Eva padecía de los peores sufrimientos una mano anónima escribía en una pared de la ciudad ¡Viva el cáncer!, pero mientras la oligarquía y una porción de clase media dejaban salir el odio de sus entrañas, en las humildes barriadas se encendía velas, se levantaban altares y se rezaba por su salud, ese amor inextinguible perdurará por generaciones.

Con acierto Felipe Pigna remarcó que cuando se habla de Eva como la mujer más amada y más odiada de la Argentina no se tiene en cuenta las desproporciones numéricas entre unos y otros.

Eduardo Galeano escribió: “¡Viva el cáncer! escribió alguna mano enemiga en un muro de Buenos Aires. La odiaban, la odian los biencomidos: por pobre, por mujer, por insolente. Ella los desafía hablando y los ofendía, viviendo. Nacida para sirvienta o a lo sumo para actriz de melodramas baratos, Evita se había salido de su lugar. La querían, la quieren los malqueridos; por su boca, ellos decían y maldecían. Además, Evita era el hada rubia que abrazaba al leproso y al haraposo y daba paz al desesperado, el incesante manantial que prodigaba empleos y colchones, zapatos y máquinas de coser, dentaduras postizas, ajuares de novia. Los míseros recibían estas caridades desde al lado, no desde arriba, aunque Evita luciera joyas despampanantes y en pleno verano ostentara abrigos de visón. No es que le perdonaran el lujo: se lo celebraban. No se sentía el pueblo humillado sino vengado por sus atavíos de reina…”.

A pesar de los dolores el 28 de marzo Eva seguía desafiando al destino y decidió concurrir  al teatro Enrique Santos Discépolo donde se realizaba el Congreso de Trabajadores Rurales, durante el mes siguiente también realizó algunas salidas.

Benítez contó cómo se enteró Eva que tenía cáncer, en una oportunidad un grupo de mujeres humildes pidió visitarla, pedido que fue concedido, ella se sentía muy mal, no obstante accedió a recibirlas, ingresaron varias personas a su habitación  y una mujer llorando y sin intención le reveló lo que hasta ese momento no había pasado de ser un rumor.

Dijo la mujer: “-Pero, señora, ¿por qué usted, justamente usted que es tan buena, cómo puede ser que usted tenga cáncer?” Evita no dijo nada, pero poco después mandó a llamar a Benítez, hizo salir a todos de la habitación y le dijo: “-¡Estos me engañan!.... ¡Pero usted! ¿Por qué usted no me dijo que tengo cáncer?”.

El sacerdote cuenta ese momento como uno de los más difíciles de su vida y que sólo atinó a recomendarle que respetara el tratamiento y que guardara reposo, a continuación la confesó. 

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