El Forjista

 

Contra las Madres
Luis Bruschtein

Artículo aparecido en Página 12

4 de junio de 2011

Hay un punto sensible en el tejido social de este país que le permitió detectar el peso moral, el paradigma ético que representaban las Madres de Plaza de Mayo. Al mismo tiempo, desde hace más de treinta años se ha buscado su flanco débil, el punto vulnerable, para destruir esa influencia, pero cada cosa que se inventó –como cuando las llamaron las Locas de la Plaza– las fortaleció y se revirtió en contra de sus detractores.

La relación de las Madres con la sociedad ha sido compleja. Muchas veces han estado muy solas. Otras veces han convocado multitudes. Pero no todo el país ha concurrido a esas convocatorias. Hay un núcleo ideológico, duro, de poder, que las resiste pero no tiene más opción que tolerarlas. Desde allí se ha buscado siempre desplazarlas de ese lugar de consideración especial que las blinda. Si pudieran hacerlo, después destruirían su imagen, difamando, mintiendo, reinventando la historia, porque las Madres son uno de los pocos puntos de referencia ciudadana que no pueden controlar.

Controlar, en el sentido de resignificarlas, de mostrarlas como a ellos les convendría. Se trata de manejar un referente simbólico esencial de estos treinta años de democracia. Pero la sociedad las ha asumido con esa forma de desmarcarse que han tenido. Incluso cuando tienen razón o cuando no la tienen. No se trata de disentir o discutir con ellas. Eso lo puede hacer cualquiera porque, para bien o para mal, el lugar donde están ubicadas no es el del argumento, sino más bien el de la conciencia, el de la consecuencia, el de la valentía y el de la madre que lucha por sus hijos.

Son lugares que la sociedad no regala sino que se construyen en una dialéctica, la mayoría de las veces ríspida, con la misma sociedad hasta que queda instalado. Las Madres buscaban a sus hijos, no buscaban ese lugar. Ese es otro factor que las explica ahora, porque si su motivación hubiera sido ocupar ese lugar de semiprócer o referente moral, nunca hubieran podido hacerlo. Quedaron allí justamente porque no querían.

La cercanía con las Madres permitía compartir una parte irreal de ese prestigio. Muchos se les acercaron a lo largo del tiempo, sobre todo algunos periodistas, para beneficiarse con esa concesión, irreal, porque la historia es de las Madres y no de los que se sacaron fotos con ellas. Pero más de un periodista, uno que otro abogado y algún activista crearon esa ilusión sobre sí mismos.

Esa presencia tan fuerte en la sociedad, a pesar de que su relación con ella siempre fue tan irregular que a veces las aislaba y a veces las acompañaba, selló con una impronta especial estos primeros 30 años consecutivos de democracia en la Argentina.

Es difícil pensar estos treinta años sin la presencia de las Madres. Han sido además lo menos parecido a un fenómeno mediático y no han mostrado esa volatilidad que los caracteriza. Por el contrario, durante muchos años fueron ignoradas por la corporación mediática que se ha convertido en parte intrínseca del poder fáctico. Hasta 1996, los 24 de marzo sólo juntaban a unas 500 o mil personas en el acto que organizaban los organismos de derechos humanos.

Ocupan un lugar que no desearon y hay una calidad de realidad material, concreta, en esa autoridad, que la diferencia de todos los productos mediáticos tan efímeros y aparentes como los falsos superhéroes del periodismo. A diferencia de muchos protagonistas de la actualidad, las Madres son reales, no son una ilusión mediática, no “actúan” ese lugar, simplemente “son” ese lugar de referente. Todos esos materiales que constituyen el lugar de las Madres fraguaron en una especie de casamata hasta ahora inexpugnable. Y se ha buscado, infructuosamente, destruirlas por mil maneras distintas.

Del 2003 en adelante, la política de derechos humanos del kirchnerismo generó, como pocas veces antes, lazos de comunicación entre el Gobierno y los organismos de derechos humanos, incluyendo a las Madres, lo que las puso en una situación más vulnerable. Algunos organismos no estuvieron de acuerdo con esta aproximación al Gobierno y se planteó un debate muy duro entre ellos. Pero no ha sido el primero. En estos treinta años hubo muchos y encarnizados debates entre los organismos. Las Madres se dividieron y muchas veces los organismos confrontaron entre sí desde posiciones casi antagónicas. Esto forma parte de la dinámica del movimiento de derechos humanos. Las discusiones suelen ser implacables pero contenidas en un marco por el cual lo han fortalecido aún más. De alguna manera, en todas esas encarnizadas discusiones, el marco de existencia común ha sido preservado por todas las partes.

Nadie puede tolerar actos de corrupción en el movimiento de derechos humanos, por lo que la denuncia contra Sergio Schoklender tiene que ser investigada hasta sus últimas consecuencias. Pero resulta evidente que detrás de esa denuncia se ha montado una campaña mediática que en algunos casos busca golpear al Gobierno en plena campaña electoral y, en otros, trata de esmerilar la imagen de las Madres y de los organismos de derechos humanos.

Por ejemplo: se ha dicho en una columna de opinión en Clarín que esto le sucede a Hebe de Bonafini por acercarse al kirchnerismo. Si la denuncia es contra Schoklender, no se entiende el motivo de centralizar en las Madres o el kirchnerismo. En todo caso, de esta forma queda expuesta la intención clara del artículo de utilizar la denuncia para atacar a las Madres. Esta línea de acción editorial se reprodujo en los grandes medios.

En otro caso, un columnista del amarillista diario Libre, de la editorial Perfil, de visita en el programa A dos voces del Canal TN, agregó que la corrupción en los organismos de derechos humanos comenzó a mediados de los noventa, en el gobierno de Carlos Menem. Es una afirmación audaz, porque ningún organismo de derechos humanos ni siquiera se acercó al gobierno que había declarado los indultos. Por el contrario, fueron sus más encarnizados opositores. En forma malintencionada, el periodista de Libre hacía mención a las reparaciones materiales que el Estado debió pagar a ex presos y familiares de desaparecidos. Hacía un abordaje burdo y amarillista de una problemática compleja.

En su caso, ya no se trata de encharcar solamente al kirchnerismo y a las Madres, sino a todo el movimiento de derechos humanos, incluyendo a quienes han sido víctimas de la represión. Hay una intención ideológica que va en consonancia con el esfuerzo histórico de los grandes medios por destruir o socavar a un movimiento que les ha sido tan difícil de controlar y que tiene fuerte incidencia en la sociedad.

Algunos de estos periodistas se han sacado en su momento la foto con las Madres para el carnet de “independientes” o “combativos”. Siguiendo la línea de pensamiento que ellos esgrimen ahora contra las Madres, se los podría acusar de que se han pasado de bando por dinero. Ahora trabajan para la corporación de los grandes medios, sintonizan con sus posiciones ideológicas y, en este caso, los usan para hacer el trabajo sucio. Aunque es posible conceder también que haya coincidencia ideológica, que han cambiado de posición por convicción y no por dinero.

En ese mismo bando, el ex presidente Eduardo Duhalde, a cuyos actos asisten los amigos de los represores y la dictadura, atacó a la Asociación de Madres y la diferenció de Madres Línea Fundadora, que emitió un comunicado para repudiar las declaraciones del candidato de la derecha peronista. Otro columnista de La Nación, en los antípodas del movimiento de derechos humanos, atacó a las Madres, pero destacó a una de ellas por no ser kirchnerista.

Parte de esta campaña desde los grandes medios consistió en buscar voces que se hayan mostrado, como algunos de estos periodistas, cercanos en otro momento al movimiento de derechos humanos. Se suma así Raúl Castells, que no da tantas vueltas para decir lo que quiere decir: “Las Madres han canjeado a los 30 mil desaparecidos por una empresa de construcción”.

El contenido real de esta campaña de viejos y nuevos enemigos está resumido en las palabras del puntero supuestamente de izquierda aliado al duhaldismo. Se trata de filtrar en el imaginario ciudadano esa idea de corrupción: las Madres que pusieron en riesgo sus vidas cuando la mayoría se callaba aterrorizada o se iba del país, las mismas Madres que fueron tan intransigentes en sus planteos a lo largo de treinta años, ahora se han vendido por dos pesos, o por veinte, los que sean. La corrupción explica sus posiciones. En todo caso, la intención es que la denuncia de corrupción disuelva la imagen referencial de las Madres. Y tras las Madres irán contra el resto de organismos del movimiento de derechos humanos.

Se habla de las Madres, de los organismos de derechos humanos y del kirchnerismo, cuando la denuncia no es contra ellos sino contra Sergio Schoklender, y se lanza esta campaña en un momento en que el país entra en pleno proceso electoral.

Hay un dato de la realidad que no respalda esta campaña de difamación: la democracia en este país hubiera sido mucho peor sin las Madres. Y eso no podría ocurrir si la motivación de las Madres hubiera sido la corrupción. Por eso, más allá del resultado de la investigación, tampoco podrán esta vez con las Madres.

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